lunes, 2 de septiembre de 2013

El Coyote.


La culpa fue de un coyote.

 Hace algunos años existía en la plaza de la Corredera, de mi Córdoba natal una pequeña librería de libros de segunda mano y de ocasión, regentada por un señor mayor de maneras algo bruscas (pero nunca groseras) que se llamaba Trujillo, pero que yo, en mi fuero interno, llamaba "El Viejo", sin ningún ánimo peyorativo. Era la librería del Viejo y yo me entendía.
 El local era un local estrecho, lóbrego, porque la única ventana que daba a la calle estaba tapada con libros, en columnas sobre el alféizar, un sitio por el que tenias que retorcer el torso para avanzar, por las estrecheces que imponían las veteranas estanterías repletas de volúmenes, y la enorme mesa central, de madera oscura, igualmente atestada. Todo tipo de ediciones impresas llenaban la estancia ; libracos viejos (o antiguos, que todo depende de los ojos que miran y el entendimiento de cada cual) , ediciones nuevas de saldo, tebeos con todos los grados de deterioro posibles, novelas polvorientas provenientes de la limpieza del altillo del abuelo que el nieto vendió por cuatro perras, tostones recomendados por el Círculo de Lectores que ocupan un espacio necesario en la balda del rincón; olor a papel enclaustrado, peleas por sacar un libro de lomo interesante de la mitad de una pila de equilibrio inestable...
 Un lugar maravilloso.
 Mi modesta colección de libros está compuesta, en su mayor parte, de las gangas y tesoros que encontré allí, y no son pocos los libros de los que me deshice vendiéndolos en ese lugar.
 Pero llegó un dia acíago en que "El Viejo" decidió que ya había permanecido demasiado tiempo de pie, tras su minúsculo mostrador, y que ya estaba bien de aguantar a los pesados buscadores de tesoros impresos, y que ya era hora de retirarse. Trapasó el negocio a un viejo conocido de los aficionados a los tebeos, que tenía su local un poco más arriba, en la cuesta de la Espartería (conocido por mí, y por unos cuantos más, por "El Gordo"), y las cosas cambiaron. Todavía merecía la pena ir al local, pero ya no era lo mismo; el negocio languideció y acabó por morir. Córdoba se quedó sin una librería de libros de ocasión y segunda mano, emblemática y necesaria.
 Pero hagamos un alto y retrocedamos un tanto en la línea temporal, antes del apocalipsis, y regresemos a un momento concreto, de un dia determinado en que perdía el tiempo en la librería del Viejo (porque cuando no tenía nada mejor que hacer y me sobraban algunos "duros" en el bolsillo pasaba las mañanas en ese local, musarañeando entre los libros), y sin saber muy bien porqué decidí tomar un librito de un montón de otros similares, que llevaba viendo en el mismo lugar desde... siempre, sin que nunca mereciesen mi atención. En la cubierta de esos libritos se mostraba siempre la imagen ilustrada de un individuo vestido de charro mejicano, cubierta la cara con un antifaz negro, como el de El Zorro, y un bigotito a lo galán en blanco y negro de las películas de los años ´40, en diferentes poses, pero empuñando siempre un revólver colt. Eran novelas del oeste, sin duda, y como nombre genérico figuraba el de El Coyote, de un tal José Mallorquí.
 Un español escribiendo novelas del oeste americano, como aquellos otros que se escondían bajo un seudónimo anglosajón en aquellas novelas baratas en las que aprendí a leer, como el que dice, de niño, y que en la adolescencia desprecié por considerarlas lecturas infantiloides, repetitivas, y simples. Y el personaje, en su plasmación gráfica, siempre me había parecido ridículo. Un mariachi enmascarado...
 Pero aquel dia, quizá porque no encontraba nada interesante y me daba verguenza marcharme sin comprar nada, me llevé el número 1 de la colección de Forum, de los años ´80.
 Y, ya que lo tenia, debía intentar leerlo, al menos. Me senté, lo abrí, lo leí..., y descubrí una maravilla.
 Una prosa cuidada y fluída, un argumento interesante, una ambientación atrayente, en esa California recién arrebatada a los mejicanos por los yanquis, con esos terratenientes de sonoros nombres españoles, reliquias de un glorioso pasado imperial que se deshacía poco a poco; el trasfondo del abuso, de tintes racistas, de esos invasores norteños y anglosajones sobre una población mestiza y cobriza, y un héroe de reminiscéncias (muy leves, que ya desde el principio este cánido demostró tener una personalidad propia) al Zorro, de Johnston McCulley. Porque el joven César de Echagüe era un pisaverde abúlico de dia y un temible vengador enmascarado de noche; como de noche era su indumentaria de combate, totalmente negro, que por un deslíz del dibujante Francisco Batet, ilustrador habitual de la colección de Ediciones Clíper, le vistió, quien sabe por qué, con un luminoso traje de charro, y así se quedó, para los restos.


 Descubrí unas novelas apasionantes, bien escritas, llenas de personajes memorables y entrañables, de aventuras originales y magníficamente elaboradas. Desde entonces cada vez que iba a la librería me llevaba, junto con cualquier otra obra "de calidad", otra novela de El Coyote; sin orden, porque allí había ejemplares diversos de diversas colecciones dedicadas al personaje a lo largo del tiempo (Forum. Bruguera, Favencia, unos volúmenes retapados por el propietario original, muy rústicamente, de ejemplares de Clíper, de páginas amarilleadas por el tiempo, y con sellos de color sepia de librerías de compra-venta-intercambio, incluso del propio Trujillo), yo iba adentrándome, encantado en el mundo que Don José Mallorquí Figuerola creaba alrededor de un personaje, en verdad, mítico. Porque a medida que me interesaba por informarme y profundizar en la época y circunstancias que rodearon la existencia de El Coyote constaté su popularidad, extendida desde su creación hasta, prácticamente, la actualidad (la colección de PlanetadeAgostini es de 2002 ) En los tiempos en que el medio de comunicación que imperaba era la radio, porque la televisión era era una entelequia, y la población encontraba su entretenimiento y diversión en publicaciones de aventuras baratas El Coyote fue un soplo de aire fresco en una España sumida en una posguerra en blanco y negro, y que fue soporte de películas (muy malas), tebeos (los actuales comics), e incluso una canción (al parecer un corrido con letra del propio Mallorquí). Su fama se extendió por muchos paises europeos, y me consta que en Méjico es muy recordado y apreciado.


 En definitiva, descubrí que ahí fuera, en ese mundo hasta entonces ignorado de la novela popular española, había muchos continentes por explorar. Me atreví a catar alguno de esos bolsilibros que yacían en el fondo de cajones de plástico, acumulando polvo e indiferencia, concretamente un Curtis Garland y un Lou Carrigan, ambos de ciencia-ficción, y, vaya, no estaban mal. Seguí, insistí, y, sí, en verdad que en algunas de esa publicaciones populares y baratas habían buenos narradores...
 Y aquí estoy, metido en la tupida jungla inconmensurable de la novela popular española, con tantas cosas por descubrir y leer que no me serían suficientes tres vidas para abarcar una parte del conjunto,
todo por culpa de un tal José Mallorquí, y el mayor héroe de las turbulentas tierras del oeste americano: El Coyote.







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