martes, 4 de junio de 2013

David Woolrich. (Fragmento)

 Despues de un tiempo sin noticias de David Woolrich (lo último que supimos de él es que descansaba en una clínica de reposo despues de su divorcio) nos ha hecho llegar un fragmento del comienzo de un posible nuevo relato. No lo aclara, pero nos indica que hagamos con él lo que nos parezca. A nosotros nos parece que es un buen aperitivo para los aficionados (los tres) a la narrativa de David Woolrich.

SIRENAS.


 El primero en ver lo que cayó de la red, al abrirse sobre la cubierta, fué Roberto; él era el encargado de extender la captura por la cubierta y de comprobar que nada extraño se enganchaba en la red. En un primer momento, mientras se descargaba la plateada cascada de pescado, reparó en el borrón oscuro y voluminoso revuelto con el resto de captura, pero lo catalogó maquinálmente como un tiburón pequeño o un pulpo grande (o un tiburón devorando un pulpo); nada inhabitual en aquellas aguas.
 Fué entonces, cuando el bulto extraño le golpeó las pantorrillas y le hizo trastabillar, que miró a sus pies y, quieta entre los coleantes pescados, vió con claridad a la criatura.
 De inmediato se dijo que aquello no podía ser un tiburón, ni un pulpo despedazado, ni una cria de león marino destrozada por las hélices de algún barco; una décima de segundo despues reconoció, entre el gurruño de formas correosas y de un brillante color negro, un rostro humano.
 -¡Virgen Santa! -exclamó, manoteando para mentener el equilíbrio. Reculó hasta que su trasero topó con la borda.
 Willson, el más cercano a Roberto por ser el que manejaba la grua, no se preocupó cuando le vió trastabillar y hacer aspavientos; era normal escurrirse en la cubierta mojada, y, a veces, se te podía revolver un escualo y tratar de morderte las pantorrillas, pero gracias a las botas altas de goma nunca la agresión iba más allá de una molestia. Además la claridad del amanecer, tamizada por la capa de nubes espesas que cubrían el horizonte, todavía sumía a la embarcación en penumbras. El sistema automático apagó los focos. En ese instante de indefinición, en esa zona crepúscular, es esa escena de formas grisáceas, a Willson sólo le constaba que un bulto oscuro había hecho tropezar al joven portugués.
 Abrió la boca para reprenderle y urguirle a estar a la labor, pero se vió interrumpido por Mannywar, que llegaba desde proa, con un bichero entre las manos, para ayudar en la selección de la captura, exclamando:
 -Pero, ¿qué carajo es eso, tío?
 Con un par de zancadas de sus largas piernas se plantó junto a Roberto; el uno se vió obstaculizado en su retirada por el avance del otro. Ambos jóvenes clavaban la nirada en lo que quiera que había caído de la red, con el resto de pescados, los rostros demudados y los ojos como platos.
 Willson cerró la boca y comenzó a rodear la captura para acercarse al centro de atención de aquellos dos, con un pellizco de inquietud en la boca del estómago.
 ¿Qué os pasa, tíos?- gruñó. -Si es un tiburón tiradlo por la borda...
 La criatura no medía más de un metro y medio. Su mitad inferior era similar a la de una foca; el torso parecía la fusión de dos grandes calamares, con algunos tentáculos seccionados u otros acabados en gárfios; en su extremo superior sobresalía una cabeza pequeña, con un rostro terso y pálido, menudo e inexpresivo, de ojos cerrados y boca prieta, de niño dormido. blanco como la espuma de mar...
 Willson no pudo evitar dar un paso atrás. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral y el estómago se le revolvió. Fué consciente de que la sangre del rostro se retraía, como al empuje de una brisa helada.
 -¿Qué haceis ahí parados como pasmarotes? -llegó la voz de Mathias, desde el castillete de proa. -Tenemos mucho que hacer, antes de que llege la tormenta...
 El capitán de la nave salió de la cabina como una tromba, pero al pisar la cubierta y reparar en lo que los demás rodeaban se aquietó bruscamente. Su rostro, de facciones remarcadas y morenas se tensó, los ojos, pequeños y oscuros, se empequeñecieron aún más y se clavaron en la criatura. A Willson le pareció que, de poder, habrían fulminado el cuerpo entre llamaradas.
 Mathias se sacudió el estupor al instante. Tomó el bichero de manos de Mannywar y lo clavó entre los tentáculos de la criatura. Esta no dió muestras de sentirlo. De un sólo movimiento el capitán alzó el cuerpo, como si sacudiera un trapo viejo o una bolsa de basura, dió un brinco hasta la borda y lo hundió en el mar. De un golpe desengachó el gárfio del bichero, con lo que provocó que la parte superior de la criatura permaneciera en la superfície un instante, mecida por el suave oleaje.
 Fué entonces cuando abrió los ojos y miró a Mathias a la cara.
 Despues la carita infantil se hundió, en silencio, sin provocar ondas ni burbujas...


  Edición de la redacción de Relatos Populares.




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