martes, 25 de junio de 2013

Richard Matheson.


 La tortura de ser diferente.

 Todos, en ciertos momentos y circunstancias de nuestras vidas, no hemos sentido como el protagonista de la novela Soy Leyenda, de Richard Matheson, Robert Neville; sobre todo en la adolescéncia, ese periodo de extensión variable, según el individuo, taiga inclemente en la que se está absolutamente solo contra los elementos (en "los elementos" se engloba un amplio espectro de inconvenientes: padres, hermanos, si los hay, profesores, los adultos en general). Y, si te crias en eso que llamaremos barrio popular, y prefieres estar solo para Leer, eres tolerado, pero no completamente integrado en el grupo de amigos; si prefieres conversar a liarte a pedradas con los asquerosos del barrio vecino (un lenguaje diferente, ni peor ni mejor) no acabas de ser digno de total confianza. Si dices algo pintoresco (generalmente una verdad como un templo) tus colegas alzan las cejas y se miran entre ellos como diciéndose: "Es buen tipo, es nuestro amigo y nos liaremos a pedradas con quien se meta con él, pero es Raro."
 Y Robert Neville, en la novela de Matheson, es un individuo singular, extraño, único. Vive en un mundo, en un futuro siempre proximo, en el que él es el único ser humano normal, entre una mayoría de individuos que antes fueron sus vecinos, sus amigos, sus conciudadanos, convertidos en monstruos. Y Neville, mientras trabaja en una posible cura para la plaga que los tranformó, busca alguien que conserve la original humanidad, como él. (También el adolescente solitario busca desesperadamente esa persona afín, con la que aliarse contra el mundo)
 En una segunda lectura, tiempo después, encontré otra dimensión para el final, que en su momento no entendí claramente; la que, al igual que los consejos sicológicos a los depresivos, describen el último período del trauma como el de la Aceptación (en la cultura católica se describe como Resignación) Y consiste en tomar plena consciencia de lo que te ocurre. Esto es lo que Robert Neville, a fuerza de luchar por supervivir, descubre al final de la novela; sabe quién es en realidad, descubre que (sigue) siendo un extraño, un monstruo, pero como se dice en el título, ahora es leyenda. Ahora es un Mito, una Pesadilla, ha dado un paso al otro lado del espejo. Ha alcanzado el grado sumo de la extrañeza.
 Y sigue estando Solo.
 Se suele decir que siempre es mejor la novela en la que se basa una película. Esto no siempre es cierto, pero en este caso sí: El increible hombre menguante, tiene, en la versión literaria original, más espacio para ahondar en la tortura sicológica del personaje principal, y de todos los que le rodean. Alguien, que era un tipo normal y corriente, como cualquier hijo de vecino, se va transformando, poco a poco, inexoráblemente, en un fenómeno (así se conocian antes a los freaks de feria), un extraño, un monstruo. Su descenso a los infiernos (el sótano) es terrible; lo pierde todo, su trabajo, su vida, su família...; su nuevo medio ambiente le ataca, porque cuanto más pequeño seas más vulnerable eres; una mísera araña doméstica es un Dragón, una puntilla oxidada es tu arma. La potencia visual del filme de Jack Arnold permanece en el imaginario colectivo, y su conclusión final no está muy alejada de la del libro, y de la filosofía de Matheson. Nos vuelve a contar la historia de un ser ajeno al mundo normal. Un Solitario, que acepta serlo, y en este caso descubre que se le abren nuevas posibilidades, que merecen la pena explorar.
 Pero esa potencia anímica y sicológica tiene varias y dispares vías de salida. Una de ellas, terrible, es la que elige Emeric Belasco, el gigante que habitó la mansión Belasco; esa dónde un grupo de investigadores paranormales pretende pasar unos días para resolver su misterio.
 Hell House, La Mansión Infernal, es una de las mejores novelas de terror moderno (sea eso lo que sea), el canto del cisne de las historias de Casa Encantadas (con permiso de El resplandor de King, la novela, que SÍ es una historia de fantasmas), un repaso a todos los elementos clásicos de este tipo de novelas, y un enfrentamiento entre dos vias de expresión del trauma de la Soledad: la aceptación y la vuelta a comenzar, o la transformación, en la que retuerces la realidad para acomodarla a tu personal visión y deseos.
 Y la voluntad de Transformación en el Alma de Emeric Belasco era tan grande como su estatura física...
 He sentido la muerte de Richard Matheson, porque he disfrutado mucho con sus mejores novelas y cuentos y sus guiones para la televisión, y porque instaló en mi mente, como en la de otros muchos, el armazón sobre el que alguna vez construí algo, y sobre lo que se sostendrá lo que cree en el porvenir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario